La trayectoria artística de Maria Thereza Negreiros ha sido seguida y analizada por críticos de arte a lo largo de los años. Aquí recopilamos algunos extractos de entrevistas y otras publicaciones.
La primera vez que tuve contacto con el trabajo de María Thereza Negreiros fue en la época de la celebración del centenario del Teatro Amazonas y me dejó perplejo. Pensé que allí estaba un talento imposible de represar y algunos de los trabajos más fuertes producidos por un artista amazonense. La segunda vez fue en la gran retrospectiva organizada en el Museo La Tertulia, en Cali, Colombia: una experiencia avasalladora. Y si menciono, en el comienzo de estas impresiones, algunas de mis reacciones personales es porque la obra de María Thereza Negreiros es de esas que cargan el espíritu de osadía visceral con el asombro que siempre nos causan los lances de radicalidad y compromiso, cosa bastante rara entre los artistas suramericanos contemporáneos.
La retrospectiva en La Tertulia permite que nuestra mirada aprecie en perspectiva, induciendo una lectura temporal enriquecedora. Estas son las virtudes de las buenas retrospectivas y debo aclarar que no todos los artistas soportan una mirada en la transversalidad del tiempo y del espacio. María Thereza Negreiros no sólo la soporta sino que reafirma todas las osadías técnicas y formales de los años 60, dejando atrás un abstraccionismo denso, pigmentado, que venía de la América del Norte como un esfuerzo de reducir la militancia política del arte latinoamericano. Ya en los años 60 y 70, con el uso de materiales sintéticos y plásticos, María Thereza Negreiros reinventa la militancia, proponiendo un arte experimental, casi escultórico en sus volúmenes y sinuosidades, verdadera reflexión sobre los sofocantes momentos en que vivíamos en el subcontinente. Es en ese instante que ella encuentra sus parámetros y sus objetivos, aunque jamás haya permitido que su creación quedase subordinada a la militancia política. La prueba es que se puede dialogar hoy con tales obras de los años 60, sin encontrar nada de anacrónico u obsoleto, al contrario, los trabajos ganan nuevas connotaciones, que las generaciones actuales comprenden y pueden leer sin extrañeza.
Al atravesar las sensualidades de los años 60, nos encontramos con un regreso al proyecto abstraccionista, en realidad un regreso al futuro, pues se trata de una abstracción nueva, que ella bautiza como girasoles, pues buscará la razón propia de cada singularidad, del sueño y del delirio, la representación de un sentido de humor que explote en colores. De los girasoles, María Thereza Negreiros, sin abandonar las pulsiones abstractas, encuentra una geografía, la de su tierra natal, la fabulosa y lacerada Amazonía. Para mi fue el momento de mayor impacto en esta retrospectiva, especialmente al encontrar una artistas de tantos caminos, en el auge de creatividad y potencia. Las salas dedicadas a la floración en la selva, a los igapós y a los incendios, contienen los lienzos que sintetizan el volcán creativo que es María Thereza Negreiros.
En las flores que colorean la selva, lo que vemos son explosiones, como premoniciones del incendió que llegará y que la paz religiosa de los igapós no conseguirá detener. La serie de incendios de la selva amazónica no se limita a reproducir el crimen que se perpetra diariamente en la gran región, no hay sentimentalismos y es la agonía lo que predomina en las pinceladas torturadas de tonos verdes y oscuros en oposición a y tonos agresivos y rojos. María Thereza Negreiros compone un inmenso panel de destrucción, donde nuestra mirada y nuestras emociones quedan a la deriva, y somos condenados por nuestra inacción, sofocados por las cenizas y por la inutilidad de todos los gestos. Allí en el turbión de vegetales en llamas no hay retórica, no hay lamentaciones inútiles, porque María Thereza Negreiros es una artista criada en río de aguas profundas, capaz de entregar poesía aún en aquello que nos enluta.
Marcio Souza, Novelista Brasilero,
Manaus, Brasil, 2007
A primera vista las pinturas de Negreiros de los años 80 podrían considerarse descendientes directas de los Expresionistas Abstractos. Los lienzos consisten en amplias áreas de color, ligeramente difusas en sus bordes a la manera de Rothko, y la pintura aplicada con una gran confianza y entusiasmo óbvio. Al estudiarlas mas de cerca estas abstracciones se revelan como representaciones, representaciones dramáticas, vívidas, de incendios forestales. El objeto de este trabajo es utilizar estas obras, relativamente desconocidas, para evocar algunos otros aspectos acerca del arte latinoamericano reciente.
Las series de pinturas de Maria Thereza Negreiros, sobre la destrucción de la selva tropical amazónica, reúnen un número de cuestiones que interesan a los artistas contemporáneos latinoamericanos. Primero esta el sentido del lugar, el tema de la tierra invadida, transformada, destruida; y más específicamente, el tema de la jungla tropical, una imagen que varios otros artistas latinoamericanos han recuperado del mundo fantástico de los exploradores de salón europeos, y de artistas como Le Douanier Rousseau. Se nota su confrontación directa con el problema del modernismo en Latinoamérica, de cómo utilizar un idioma desarrollado en Nueva York, en un contexto completamente diferente al que ella trabajó; y aún poder utilizarlo para decir algo coherente y honesto.Su solución es excepcionalmente apropiada a su tema: los árboles, generalmente pequeños e insignificantes en el fondo de sus lienzos grandes y cuadrados, aparentan ser llevados hacia la atmósfera de calor, humo y gases, a la vez que los transforma en color y pintura. La suya es una visión tanto bella como aterrorizante, donde el debate modernista, la discusión sobre los méritos de figuración versus abstracción parecen ser triviales.
Después de varias tentativas de exploraciones en distintos estilos y distintos medios – típico de los artistas latinoamericanos en busca de un modo de expresión una estadía larga en su patria chica amazónica le dio el ímpetu para regresar al medio mas incuestionable del Viejo Mundo: oleos sobre lienzo y acoger el tema igualmente tradicional del paisaje, para producir algo moderno latinoamericano. El expresionismo abstracto fue exportado de Los Estados Unidos a Latinoamérica en los años 50, precisamente por su carácter aparentemente apolítico. Podría evocar temas generales, universales, sin contaminación por la realidad mundana. La inversión que hace Maria Thereza Negreiros no podría ser más poderosa: los árboles, el mundo se vuelven una abstracción. Su arte es incuestionablemente tanto político como de preocupación verdaderamente universal.
Valerie Fraser,
Inglaterra, 1996
La trayectoria artística de María Thereza Negreiros ha sido muy coherente: siempre dinámica, investi¬gadora infatigable, dispuesta con su obstinada capacidad de trabajo a llegar hasta las últimas consecuen¬cias. Su obra en todas sus etapas está marcada por constantes: dominio absoluto del color, materia de factura muy rica y manejo de un lenguaje vigoroso de franca americanidad inseparable de los más exi¬gentes dictados de la plástica universal. De todas sus experiencias estéticas su arte ha salido cada vez más fuerte y rico. La tendencia a la abstracción la ha despojado progresivamente de la forma concreta.
Si se tiene en cuenta al pintor y teórico Maurice Denis cuando dice: "Hay que recordar que un cua¬dro antes de ser un caballo de batalla, un desnudo de mujer o una anécdota cualquiera, es esencialmen¬te una superficie plana cubierta de colores colocados en cierto orden". Y a Wilhem De Kooning cuando anota que "lo que hace al "action painting" no es que aparezcan imágenes reconocibles o no del mundo cotidiano sino la forma como está expuesta la pincelada", se comprenderá mejor la personalidad afirma¬tiva de María Thereza Negreiros que siempre fiel a su temperamento fogoso y apasionado está más allá de la consideración de si sus cuadros son anecdóticos, informales, abstractos, líricos o tradicionales.
La paleta de la artista tiene una gama muy amplia y pródiga. Cuando usa el azul toda la escala está presente: Cobalto, Prusia, Céruleum, Sajonia, índigo, Ultramar. Igual es la generosidad en la gradación del verde, del amarillo y del rojo "...con ciertos colores siento un gran poder en mi mano." La pintora se deja guiar por su sensibilidad, nada obedece a un sistema preconcebido.
María Thereza Negreiros presenta en esta exposición lienzos de la serie amazónica compuesta por las subseries: "Igapós", "Correntezas" e "Incendios". Con este conjunto de obras agresivas a la vez que mís¬ticas cobran sentido muy especial características relevantes de la artista: su mundo de sombras severas y luces penetrantes, de perspectivas profundas llenas de magia y enigma, de fuerza y riqueza colorística. Su pintura es poesía y siempre ha estado ligada a su vida, ha sido la respuesta a los estímulos que reci¬be su sensibilidad. La serie amazónica es el homenaje que María Thereza Negreiros siempre quiso rendir a su río al lado del cual pasó su infancia y adolescencia. Hoy, en la plenitud de su arte, hace una ofren¬da a su tierra, a su pueblo y a la grandiosidad del Amazonas.
IGAPÓS
Para la artista amazonense el Igapó es algo romántico y entrañable porque durante los años que vivió en Maués y en la casa Obidos a orillas del Apoquitaua tuvo frente a su casa un gran Igapó en cuyas aguas quietas los árboles gigantescos y las flores se reflejaban. Era un remanso de paz, de sosiego, de absolu¬ta tranquilidad que por horas contemplaba y así lo grabó su memoria:., "era mi Igapó el que me vio nacer, no tiene principio ni fin, es un mundo de agua y cielo, cielo y agua que se conjugan. Fué a él a quien dediqué mi primer cuadro de la serie amazónica... Nunca quise traducir la palabra Igapó porque para nú es como una catedral y manglar es tan sólo una capilla."
Claude Monet escribió acerca de su serie "Nymphéas": "Se me ocurrió el tema de las "Nymphéas" para decorar un salón: a lo largo de los muros, envolviendo en su unidad todos los paños de pared, habría dado la ilusión de un todo sin fin, de una onda sin horizonte y sin ribera; los nervios agotados por el tra¬bajo se relajarían allí, ante el ejemplo sedante de estas aguas estancadas y, a quien la habitara, aquella pieza ofrecería el asilo de una serena meditación en medio de un acuario florido." Para María Thereza el Igapó tiene el efecto que Monet buscó con sus jardines acuáticos.
El Igapó es la ausencia de la altivez y soberbia del Amazonas; el Igapó es silencio, quietud, misterio, solemnidad. Los árboles inmensos forman catedrales góticas impotentes, sus ramas arqueadas son las ner¬vaduras y la bóveda. La luz que pasa tamizada por el follaje o la neblina y que se refleja en las aguas quietas, es la misma que atraviesa los vitrales coloreados de las catedrales medievales. Es una luz espiri¬tual. María Thereza trabaja los Igapós casi en la oscuridad y cuando se siente en completa paz para así lograr su esencia, su penumbra y su fulgor.
En los Igapós las tonalidades son asordinadas, discretas, llenas de magia y sigilo; el empaste redo, denso; la pincelada enérgica; el ritmo curvilíneo de la vegetación exalta la vibración de la luz; los planos se hacen translúcidos por el resplandor que penetra a través del celaje y se refracta sobre las aguas quie¬tas. La atmósfera vaporosa y coloreada envuelve los Igapós. Se siente a la vez la presencia real de las formas y su sutil evaporación en la bruma matinal.
CORRENTEZAS
Las Correntezas arrastran todo. María Thereza las plasma en sus telas con gran esplendor, voluptuosi¬dad y riqueza. Las infinitas sutilezas de color crean capas atmosféricas transparentes que generan perspec¬tivas profundas y espacios muy amplios a través de los cuales las luces se cuelan relumbrantes. El vaho, ese vapor tenue que se levanta sobre la superficie del agua al amanecer, envuelve y esfuma la naturaleza. Todo está cubierto por esa niebla ligera que con la llegada del sol se eleva y despeja la visión. En otros lienzos la artista presenta las inmensas vegas del río. los campos que estaban sumergidos durante seis meses bajo el agua empiezan a reverdecer; sus brotes afloran nerviosos y trepidantes a la superficie.
La pintora compara la naturaleza amazónica con la del ser humano; el Igapó y la Correnteza son a la vez dos estadios de la naturaleza y del espíritu. Mientras el Igapó es sereno y misterioso la Correnteza es nerviosa, agitada, siempre corre, no retrocede, es arrolladura.
INCENDIOS
Serie de inmensos módulos que se suceden uno a otro formando un todo interminable. En este con¬junto la pintora da rienda suelta a sus sentimientos encontrados: amor, ira, dolor. Se identifica con el fuego, con el aire. Es una ofrenda interminable.
Cada incendio es una batalla que la artista libra con el cuadro. Se advierte la furia de las llamas, la fuerza del viento que sopla, el crujir de la selva que estalla; el humo que asfixia y las cenizas como testi¬monio de la acción de la candela. Se experimenta una sensación de impotencia ante el poder destructor del fuego y ante el hecho absurdo y criminal que es un incendio. Estas telas son visiones dantescas.
En los incendios se exaltan al máximo la policromía, el movimiento, la luz y la fuerza: hay en ellos una gran concentración de energía. Las cortinas sucesivas de humo que asfixian y envuelven contrastan con las masas volumétricas de los árboles incendiados. Las quemas son composiciones dinámicas, deli¬rantes a la vez que reales.
El informalismo que María Thereza Negreiros practicó con toda amplitud en los años sesenta tiene ecos en los incendios. Partes de la tela están cubiertas con una ligera capa de color, se puede apreciar la trama del lienzo en contraste con zonas de mucha textura, de pigmentación muy densa.
La artista más que aplicar el óleo con los pinceles los pone directamente sobre la tela y los aprieta con la espátula; termina siempre pintado con la mano, con la palma y con la yema de los dedos; es con d frote que logra una calidad extraordinaria de gran sensibilidad. La palma de su mano y los dedos son sus mejores pinceles, con ellos iníude al lienzo su fuerza, su gesto y energía.
Tanto los Igapós, como las Correntezas y los Incendios le ofrecen a la pintora un repertorio muy basto; las obras que concibe en cada una de estas series son muy diferentes entre sí a pesar de la repetición de los temas; en ellas priman las emociones, el color, los efectos atmosféricos y luminosos en detrimento de la forma. Las Correntezas y los Igapós son la vida en tanto que los incendios son la muerte.
El Amazonas no tuvo antes de María Thereza Negreiros un artista capaz de expresar su naturaleza poé¬tica con tanta fuerza. Jamás la levedad o la pesantez de la atmósfera amazónica fué captada en su esen¬cia de manera tan certera.
Todo esto hace pensar nuevamente en Claude Monet. Los dos artistas se expresan de manera comparable, sus obras son poemas refulgentes, variaciones musicales que difieren en tonalidad, timbre, ritmo, tiempo y color. La perfecta conciliación de realismo y lirismo que alcanza María Thereza Negreiros en la serie amazónica marca indiscutiblemente el cénit de su carrera.
Soffy Arboleda
Historiadora de Arte
1987
María Thereza Negreiros comienza a trabajar con fotografías en 1971.
Busca que imágenes irrevocablemente realistas de ojos, dientes, bocas, sean convertidas en objetos mágicos mediante la ampliación o la reiteración del motivo en el material transparente de la placa fotográfica. Insiste en el propósito de cargar los objetos logrados (cajas, cubos, móviles) con significados que vayan más allá de la mera resolución de problemas técnicos, sin perder nunca de vista la meta de su experimento: definir y denunciar la condición inhumana del espacio que le ha sido concedido al hombre.
Todas las tentativas experimentales de María Thereza Negreiros, como se ve, están tocadas por la preocupación de liberar el hombre y por la angustia de aclarar “los problemas situacionales del espacio real”, según sus propias declaraciones.
Marta Traba
Historia Abierta del Arte Colombiano
1974
Maria Thereza Negreiros, pintora brasileña radicada en Cali, Colombia, es una de las figuras jóvenes más inquietantes del arte colombiano actual. Inquietante es un calificativo ambiguo que necesita ser precisado. Quiero decir que ella trabaja con la constante preocupación de pesquisar formas, materiales, soluciones de color y composición.
Su obra es una larga indagación múltiple que nunca pierde de vista que los experimentos no permiten distracción ni hacen olvidar el contenido.
La primera preocupación de Maria Thereza fue la de reunir las nuevas posiciones técnicas de la pintura, con el deseo de interpretar una realidad latinoamericana. El problema era difícil; alejaba desde el inicio, cualquier solución anecdótica de una tal realidad. Por consiguiente, Maria Thereza necesitaba definir en que consistía su visión, su percepción o su sentido de lo americano. Inició por Génesis tanteando entre el comienzo de las formas y las cosas, por medio de lacas, resinas, arenas y pinturas nuevas que la alejaron del color luminoso de sus primeros oleos y llevaron su obra al relieve, a la tercera dimensión. Del Génesis salieron formas mas figurativas; no conformándose en pintar la figura, la incluyó bajo la forma de muñecos sencillos, toscos, triviales, que se incorporaban al cuadro. En seguida descartó los muñecos, que llevaban al cuadro una solución excesivamente decorativa, y descubrió criaturas propias, Ángeles, de una fuerza extraordinaria implantados en lo grotesco y en lo monumental.
Esas criaturas fenomenales y absurdas se expresaban a través de materiales insólitos, trabajados con una prolijidad notable. Fue el momento de mayor interpretación entre el material y la imagen; también el punto en que la experiencia dejó de ser excesivamente visible y el contenido se impuso fuertemente. A través de estos periodos la obra de Maria Thereza Negreiros se desenvolvió como un ser humano pasando de la infancia a la adolescencia, de la adolescencia a la maturidad. Punto en que está ahora. Una maturidad llena de fuerza y ya sin la angustia de tantas problemáticas en las nuevas zonas experimentales de la pintura. Lo notable es que siendo una obra llena de intenciones deliberadas continúa siendo inflexiblemente orgánica. No se desprende de su pasión por la vida, ni pierde esta vitalidad. Por lo contrario, la alimenta con soluciones cada vez más atrevidas, con materiales mas audaces. Se va colocando con audacia entre la realidad y la ficción, pero pierde de vista que cualquiera de sus estructuras estéticas nace de una pasión así como de un proceso de pesquisas mentales.
Por todos estos motivos califiqué esa obra de inquietante. De manera general los artistas jóvenes se instalan en un campo descubierto por otros; es mas fácil y evita el esfuerzo casi insuperable de encontrar algo nuevo en el mundo estético donde a cada instante se proclama una situación mas original que la precedente. Los jóvenes se acomodan en categorías, se apoyan en rótulos, y el mayor esfuerzo consiste en modificar las apariencias de algo ya conocido. Maria Thereza Negreiros es un caso insólito de rebeldía contra esta manera de trabajar. Está fuera de categorías, sistemas y modelos. Es difícil encontrar alguien que sea mas personal, mas cerrado sobre si mismo, mas alerta a sus propios procesos y mas inconforme con ellos. No hace otra cosa sino pronunciarse y superarse; no se acomoda a sus hallazgos. No se trata solamente de honestidad y de autocrítica. Es algo mas que eso; es una obstinación incesante dentro del propósito de avanzar, usmear, descubrir. En relación al proceso de deteriorización del arte contemporáneo en su totalidad, ella sufre de manera particular con toda la intensidad que esto comporta. Es posible que por esta condición excepcional de su trabajo, esta obra se venga fortificando y perdiendo el miedo hasta encontrarse establecida el valor de hablar y expresarse sin rodeos ni limitaciones.
Marta Traba, Critica de Arte
Introducción del Catalogo para la exposición en la Galería IBEU de Rio de Janeiro,
1967
Los cuadros que sobresalen en esta exposición son los de Maria Thereza Negreiros. En esta ocasión expone varios girasoles en donde desbordó su entusiasmo por la luz sin límite alguno, pues por algo son girasoles. Se trata de una pintura abstracta en donde la luz es todo, unos cuadros que hay que mirar con gafas oscuras. Girasoles de doscientas bujías que quemaron los pinceles. No se trata de manchas, eso es fácil. Se tarta de una pintura auténtica que ha progresado enormemente desde su primera presentación en el Salón Nacional de Artistas. La distribución de la luz en sus cuadros parece ejecutada con pinceles de vidrio....pero no se trata en esta nota de una crítica sino de una crónica ya bastante extensa, por cierto. Lo mejor es cortar por lo sano.
X-504
Reinauguración de “El Taller”, Cali, Colombia
Abril de 1962
Después va de un hallazgo al otro, cada uno honestamente conquistado, en exploración constante de nuevos materiales y sus combinaciones. Primero experimenta con cabezas de muñeca englobadas en los cuadros, (haciendo pensar en pop-art), luego con relieves elaborados de laminas plásticas sobre madera. El ser humano se vuelve motivo central, pero fragmentado, mostrando apenas un par de manos, una cara, un tronco femenino con senos voluptuosos, todo en libérrima configuración y en atrevidas combinaciones de luminosos colores.
Maria Thereza Negreiros es hoy una de las creadoras mas recursivas, mas inspiradas y mas consistentes dentro del arte contemporáneo de Colombia.
Walter Engel, Tomado del libro: 25 años de Plástica en Colombia.
1961
Al escribir una breve presentación de la exposición retrospectiva de Maria Thereza Negreiros, no hago mas que reconectar todas las opiniones que me ha merecido su obra, desde la primera exposición de 1961, hasta ahora. Compruebo que el discurso critico ha sido tan tesonero como la misma obra. No hubo periodo donde no me sintiera con la obligación (y el placer) de acompañarla, aun cuando ciertos tramos predominantemente experimentales no me resultaran tan interesantes o valiosos como otros.
Lo impresionante de ese seguimiento, muy evidente en una retrospectiva, es que las obras violentamente sensibles y cromáticas que Maria Thereza Negreiros presentó en su primera exposición individual en el Museo de Arte Moderno de Bogotá que yo dirigía, tiene mucho que ver con las actuales “Quemas” y “Paisajes” derivados de imágenes del Amazonas. Una idea recurrente ha sido la reconstrucción de los orígenes y la interrogación sobre las fuerzas de la naturaleza. Ojos, gargantas, gritos, que parecerían pertenecer a otro ciclo de experiencias visuales diferentes, se remiten también, sin embargo a los orígenes. Descubrir, indagar, bucear en fondo de las cosas, dando a esa operación un sentido filosófico que finalmente debe explicar la existencia misma de la imagen visual, ha sido el desvelo central de Maria Thereza Negreiros.
A lo largo de los años, la intensidad de esa exploración nunca ha cedido; corrió el riesgo de enredarse en su propia epistemología y de que la fuerza visual de su trabajo se enfriara, como consecuencia de esa “intelectualización” excesiva. Pero fue justamente la violencia poética interior, su personal e imbatible combustión, lo que impidió que ocurriera dicho enfriamiento.
Escindida, pues, entre el experimento racional y la comunicación lírica, su obra ha resultado mas convulsa, menos estacionaria, que otras donde se da una idea desde el principio, tal idea se traslada a un sistema conveniente de formas, y el proceso de la obra se desarrolla por un solo canal, perfeccionándose o modificándose siempre dentro de sus voluntarios límites.
Yo no diría que el afán experimentador de Maria Thereza Negreiros ha sido, exactamente, una pasión por estar en la vanguardia, tanto de la nueva imagen como del uso de distintos materiales. Diría, mas bien, que ese anhelo tuvo todas las veces la misma motivación; decir algo importante y profundo que ampliara el registro visual del publico y le permitiera el acceso a un nuevo territorio imaginario.
Metro a metro su obra es ya, efectivamente, un gran territorio. Lleva su nombre, pero también su impronta; cálida, sensual, oscuramente desasosegada, inconforme.
Marta Traba,
Washington, Mayo 1982